Ciudad sobre el río Tejo. Dueña de una arquitectura de grandes contrastes, como lo viene siendo Portugal, que se evidencia en la mixturación de edificaciones portentosas y modernas con aquellas abandonadas y derruidas. Esta misma disposición arquitectónica respira cómodamente, pues hace convivir espacios verdes, naturales junto a emplazamientos de concreto de altura considerable, permitiendo que la vista descanse, no siendo saturado el otear del visitante por la vítrea selva de rascacielos, tal y como sucede en otras ciudades europeas como Madrid.
Toda Lisboa: sus monumentos, monasterios, templos y plazas; intenta convertirse en el homenaje multiforme al heroísmo y la valentía de sus intrépidos conquistadores, pero a mi parecer se convierte en un sólido homenaje a la altivez y arrogancia de una humanidad siempre sedienta de poder, llena de ambición; en el Monumento a los Descubridores una espada, como símbolo de opresión, se yergue monstruosa tras la parte posterior de una proa de navío igualmente gigantesco, juntos como si fueran sacadas de la misma pieza de concreto; a lado y lado trae esculpidas las más importantes figuras históricas de Portugal durante el período mal llamado “descubrimiento”. Para aumentar la turbación que puede causar la mezcla de solemnidad con indolencia, se encuentra uno de los sacros monumentos al interior del Monasterio de los Jerónimos cuyo tapiz recubierto de oro, rodea la figura de un Cristo misericordioso, es una capa de tapiz extensa y bien labrada en oro puro que brilla majestuosamente para admiración de muchos e indignación de otros tantos, como yo.
De regreso a la pensión, en uno de los autocarros que transitan y transportan la ciudad, me llama la atención una pareja de franceses, los delata su idioma no su olor. Llevan dormida en brazos a una pequeña a la cual llaman fille (hija) y que por el contraste del color de su piel con la de ellos, de su cabello ensortijado y de la carnosidad de sus labios, supongo es adoptada. La ternura de sus palabras, la suavidad de sus gestos encendidos, la dulzura de sus miradas mientras resguardaban el plácido y ruidoso sueño de la pequeña, fueron testimonio de una huella imborrable de generosidad aún latente en el género humano y que nos hace ser eso mismo: humanos.
Dos cosas interesantes en pleno centro lisboeta. El primero tiene que ver con la gente que atiende en algunos establecimientos comerciales. Tanto el muchacho que me vendió una cerveza como aquel que me vendió la cena, ambos, no sólo hablaban portugués, también español, inglés y hasta italiano. Los dos, descubrieron mi español latinoamericano tras mi balbuceo en portuñol, luego lidiaron con ingleses e italianos urgidos por la sed y el hambre como yo. Lo interesante aquí es preguntarse si ésta gente estará contenta con su trabajo, con el sueldo devengado y sino es así, entonces podría pensarse que ésta es otra demostración de que los problemas que aquejan a la mayoría de la gente tienen una fundamentación estructural muy ajena del argumento educativo y de las tan cacareadas competencias. Es claro que éstos dos jóvenes tenían un potencial competitivo en el campo lingüístico y dentro de la tesis predicada en los púlpitos educativos de nuestros países, éste tipo de competencias abrirían las puertas hacia mejores oportunidades traducidas en empleos dignos y bien remunerados, sin intención de demeritar el trabajo ofrecido por cualquiera que se encuentra al lado de un mostrador o entre las mesas de un restaurante. Luego entonces, podríamos virar hacia la aplicación de tesis con responsabilidad colectiva para conjugar un mal igualmente colectivo, social.
El segundo hecho curioso. En plena avenida central de Lisboa, dos jovenes bien vestidos, apariencia pulcra, se me acercan tranquilamente para ofrecerme qué quiere hachís, marihuana o cocaína. Nadie los persigue, es más, hasta son aceptados dentro del paisaje urbano de ésta ciudad. Muy diferente con la situación y aspecto de los jíbaros en locombia, quienes tras su hablado ñeril y su aspecto de bribón tienen que esquivar el acoso policial. Entonces, si aquí libremente se expende el principal objeto comercial del tan cacareado narcotráfico y en nuestros países se persigue y penaliza su producción y distribución nacional e internacional, ¿por qué aquí no es también penalizable su consumo, ya que es la demanda la que genera el tráfico? Demanda legal, oferta punible. Gran contradicción que a alguien debe estarle llenando los bolsillos a montón.
Una de las noches, al llegar a la posada a descansar, veo un aviso que llama mi atención: Pep Shop. Una interesante tienda de sexo! Adentro estaban dispuestas una serie de cabinas numeradas. Cada número sobre la puerta de la cabina coincidían con unas especies de menús cuyos rostros y cuerpos desnudos eran un buen abanico de opciones. Al entrar a la cabina se puede encontrar una pantalla opaca, así como papel higiénico y una ranura para introducir monedas. La mínima divisa: dos euros. Dos euros dos minutos. Reviso mis bolsillos y la única moneda que hasta ese me acompañaba era de dos euros. Otro guiño del destino! Cierro y aseguro la puerta. Deposito la moneda. La pantalla opaca se aclara y se convierte en una ventana. Al otro lado, y sobre una plataforma circular y giratoria, una morena en ropa interior. Suena la música y la morena va dejando tiradas las dos prendas que lleva puestas. Sus ojos penetrantes de un azul artificial me recuerdan lo divino y humano del sexo. Me miran con lujuria. Sus movimientos cadenciosos dejan ver sus secas oquedades. Quedan a la vista sus encantos secretos y sus vías excretoras. Su falta de senos y de nalgas se convierte en un insulto a la mujer piel morena. Los dos minutos terminan, la ventana se cierra y el papel higiénico intacto. He invertido dos euros del dinero aportado por la UE a mi formación. Estos programas no sólo promueven la realización de altos estudios científicos, también estimulan el intercambio cultural, pero en éste caso el estímulo no provocó en mí auto-estimulaciones aunque sí hubo intercambio de miradas.