lunes, 31 de agosto de 2009

No Porto - Chegada

Uno de los impedimentos más grandes, con los cuales el ser humano tropieza en su evolución personal, es el miedo. Miedo a qué? Miedo a lo desconocido, miedo a perder el confort que representa el status quo individual que a su vez depende del status quo social.

Mi viaje a Oporto estuvo lleno de miedos genéricos, afortunadamente superados. Montar en avión, atravesar fronteras, tropezar con la necesidad de comunicarme, de hacerme entender por personas que hablan otro idioma.

El aeropuerto Palonegro de la ciudad de Bucaramanga fue mi punto de partida y donde el estrepitoso rugido del avión comenzó a moldear mis nervios frente a éste hasta ahora nuevo para mí, medio de transporte.
Estando en Bogotá disfruté de un Internet gratuito mientras en la sala número cinco del muelle internacional del Aeropuerto Eldorado esperaba abordar el avión de la empresa Avianca que me llevaría rumbo a Caracas. Hora y media de deleite, observando la geografía de algodón hasta descubrir las dentadas del océano sobre el litoral venezolano. Ahora considero que viajar en avión es mucho más seguro y cómodo que cualquier medio de transporte terrestre.

Infortunadamente no tengo las mejores impresiones del aeropuerto internacional Simón Bolívar. Su gente da miedo y más cuando se enteran que eres colombiano, sus facciones cinceladas de desconfianzas y enojo te dan una idea de lo malo que representas. Afortunadamente al finalizar el vuelo había conocido a Lady, una pereirana con doble nacionalidad, también italiana, quien viajaba a Venecia, su esposo la esperaba. Tenía problemas para encontrar, por parte de Avianca, la confirmación del envío de su equipaje hasta Venecia. Mientras la acompañaba a preguntar por los diferentes sitios que nos enviaban como bolas de tenis, pude darme cuenta de la hostilidad con la cual los venezolanos tratan a todo colombiano, así éste tenga doble nacionalidad, como era el caso de Lady. Sus pertenencias fueron regadas más de una vez, al igual que las mías, cada vez que de un piso íbamos para otro. Cansada de ir aquí para allá decidió esperar el check in de la empresa Lufthansa en su counter, lo cual implicaba tres horas más de incertidumbre. Aproveché para decirle que iría a encontrarme con una prima venezolana quien me traía en una bolsa ropa para invierno y demás cositas, lo cual fue imposible. Hablé con uno de los oficiales que minutos antes nos había requisado con gran desconfianza.

Antes del viaje me habían recomendado llevar dólares ante cualquier imprevisto, estando en Bogotá compré cien dólares en billetes de veinte, lo cual me fue bastante útil. Como no podía salir de la zona de inmigración para encontrarme con la prima, le dije al oficial que necesitaba llamarla a un teléfono celular ante lo cual él ofreció “ayudarme” más sabiendo que llevaba dólares. Aún considero que sus intenciones no eran tan bondadosas. Me dijo que él podría cambiarme veinte dólares por moneda local y además utilizar su influencia para hacer posible el encuentro con mi prima, no sin antes chequear que yo no fuera delincuente, no me lo dijo escuetamente, pero el proceso por el que tuve que pasar antes de indicarme que caminara junto a él disimuladamente en dirección al baño donde yo le daría el billete de veinte, me confirmó su “delicada” prevención. Me hizo pasar por dos grupos de oficiales de la GNB (Guardia Nacional Bolivariana), quienes repetidamente preguntaban mis datos, revisaban mi pasaporte y volvían a preguntar con la intención de hallar inconsistencias entre versión y versión. El último grupo me trató como maleta de viaje pues además de sus agresivas preguntas me hicieron pasar por un escáner no sin antes vaciar mis pertenencias sobre una mesa.

Luego de confirmar que no era ningún paramilitar colombiano llegado a tierras venezolanas con la intención de traficar droga o de darle muerte al presidente Hugo Chávez a nombre de la CIA, me hizo seguirlo hasta un baño. En una de las tantas curvas y antes de llegar al sitio convenido del área internacional del aeropuerto, donde también se apoltronaban locales comerciales, sitios de comida y demás, el oficial de marras se encontró con otros tres para cruzar palabras y hacerles saber de mi presencia lo cual me pareció sospechoso y me puso a la espera de cualquier asalto tan pronto hiciera mi entrada al baño. Ya me imaginaba siendo golpeado y robado y no sé si hasta violado por cuatro oficiales de la GNB, aún así no rompí lo convenido con el amable oficial venezolano, el miedo me llenaba de pájaros el estómago y diciéndome en voz baja éstos hijueputas me van a robar caminé como sonámbulo hasta abrir la puerta del baño. El oficial luego de echar su meada me dijo con disimulo que le diera el billete de veinte dólares tal como habíamos convenido y que no saliera del baño que lo esperara que él iba a regresar con su respectivo cambio en bolívares fuertes, aún me pregunto qué de fuertes tendrán pues tienen el valor que tiene la mierda aunque en ese instante valían oro para mí.

Como siempre he sido discípulo del sagrado pesimismo me consideré robado de la manera más ingenua. Sin hacer caso de esperar al oficial en el baño, decidí salir y dar un paseo por el centro comercial dando por hecho el robo de los dólares. En uno de los tantos vitrinazos vuelve a encontrarme con el oficial quien al verme me indica nuevamente la dirección del baño. Entro en el recinto contiguo al elegido por él, me alcanza unos billetes por encima del metal que divide los dos sanitarios. Mi filosofía pesimista ha demostrado mi gran fortuna. Salgo, cuento tres billetes de veinte bolívares cada uno, nuevamente recurro a mi fe pesimista y me siento robado, tumbado. Pero considero mayor la ganancia que la pérdida. Llamo a la prima y me entero que es imposible encontrarnos, cuelgo desilusionado, pago y regreso donde me espera Lady, siento que el bolsillo me pica con tanta moneda devaluada recién adquirida y la invito a almorzar. Pago 47 bolívares por dos presas de pollo desabrido y un vaso de jugo para ambos. Hablamos de lo mal que nos sentimos en ese aeropuerto de mierda donde creemos estar rodeados de maleantes al acecho siempre dispuestos a hacerle pasar un mal rato a colombiano que aparezca. Decidimos jamás regresar a tan inseguro e indeseable lugar.

Regresamos al counter de Lufthansa para hacer nuestro chek in y allí Lady recibe recomendaciones acerca de su equipaje. Luego de recibir mi pasabordo la acompaño al servicio de Información del aeropuerto, donde ya habíamos estado infructuosamente. Solucionan el problema del equipaje con un desgano de mierda, luego de tanto insistir, con lo cual vamos a la supuesta sala de espera número 14 donde nos ubicamos a esperar el avión que nos llevaría hasta Frankfurt, Alemania. Simón Bolívar no debería ser el nombre del aeropuerto caraqueño, da lástima tanto derroche nominativo comparado con su infraestructura y deplorable atención.

Estando en la supuesta sala que han dejado ubicada en todo el pasillo del área internacional sorpresivamente un hombre de traje y carnet de empleado aeropuertuario se nos acerca para confirmar mi nombre es Ud Juan Remolina a lo cual respondo afirmativamente, luego me hace entrega de una bolsa grande y dice ser de parte de mi prima. Sorprendido alcanzo a entregarle mi encargo y el hombre en desaparecer deseándome un viaje exitoso. Una vez más mi religión pesimista que minutos antes había esbozado sin rubor frente a Ladys salía a mi favor.

Pasaron cinco horas antes de estar embarcados en el Air Bus de Lufthansa con destino Frankfurt. El viaje fue simplemente delicioso, atendidos en el aire por una tripulación alemana que con esmero procuraban hacernos sentir como reyes. Al llegar a la península ibérica, luego de nueve horas de vuelo abro la ventanilla y me dejo asombrar por una capa congelada de algodón finamente tallado. Más tarde se abre Francia bajo nosotros, luego París nos llena las pupilas con su magnífico tallado de simetrías renacentistas, la emoción es una sola.

Fantástico aeropuerto el de Frankfurt. Me sorprende la amabilidad y jocosidad de los oficiales germanos, nada parecido con los “hermanos” venecos. Ni si quiera me revisan, solo hacen pasar por la respectiva banda mi equipaje y amigablemente se burlan del montón de sweters y demás abrigos para el frío. Luego de tres horas de espera me dejo tragar por otro monstruo de aluminio, un air bus de menor tamaño a aquel que ha atravesado el Atlántico. Junto a mi un alemán muy amigable, cruzamos palabras, no habla francés mucho menos español, solo alemán e inglés. Hago chapuzas con el inglés pero me hago entender, me alienta a seguir intentando cuando siento que no me hago entender. En realidad que considero al pueblo alemán, como un país muy civilizado en sus maneras sociales en su trato con el extranjero así sea colombiano. Qué contrastes y sorpresas!!!

Llego a Oporto con un cansancio y una chucha insoportable, pues tuve la torpeza de no llevar en el equipaje de mano mi desodorante. No me aguanto ni yo mismo. Entro a emigración y me llevo un susto del más macho. Al ser cuestionado por los oficiales por mi estadía y necesitar demostrar con un documento, se pillan que las maletas no son mías, que son prestadas, me indagan, les respondo con la verdad, no encuentro los documentos dentro de la maleta, reviso y veo que el equipaje ya ha sido examinado con rigor y me han cambiado el lugar de las cosas, es más, el plástico que las cubre ha sido quitado; me azaro e intento abrir la otra maleta como no se debe, el oficial me dice que si es de confianza la persona que me ha prestado las valijas, le digo que sí, que es de toda confianza, me ayuda a abrir la valija donde encuentro al fin los documentos, ahí busco la carta de la doctora Manuela Terrasêca donde se definen las fechas de mi estadía en Oporto. El oficial empieza a empacar nuevamente pero no sin antes hacer verificar no sé en donde todos mis útiles de aseo, menos mal no me hace empelotar..... jajajajaja.... Regresa y cuando empaca mi ropa y ante mi inoperabilidad me dice que si yo colaborara ayudándole a empacar sería mucho más fácil, suelto una risa de nervios y colaboro con muchas disculpas. El problema empieza cuando revisa la bolsa donde vienen los abrigos que mi prima veneca me hizo llegar a través del funcionario del aeropuerto en Caracas. Me dice que cómo es posible que yo haya llegado con esos abrigos que no son míos si es mi primera salida de Colombia que de quién son que cómo me los dieron si era imposible que mi prima veneca entrara al área de inmigrantes, me pongo nervioso y le dice un par de cosas a su compañero que no alcanzo a comprender por lo rápido de su hablar, sudo frío y siento que mi olor a chucha se hace más amargo. Le cuento la verdad al hombre, le digo que ha sido gracias a la ayuda de un empleado del Simón Bolívar. Revisa las costuras de cada abrigo y hace gestos de desaprobación, me inquiere sobre la confianza de mi prima, le digo que es todo confianza, doscientos por ciento pura confianza. Al final me cree y me recomienda no volverlo a hacer, más teniendo en cuenta la mala fama de los colombianos. Me pregunta por mi bolso de mano, le respondo que llevo mi ordenador portátil, hace que se lo entregue, lo lleva a un sitio y regresa haciendo negativas con su rostro, me pregunta si es mío, le dijo que sí, me dice no será de su prima también, bromea y me da pie para bromear también. Me pregunta por la edad de mi prima, le respondo que cuarenta, me dice que si ella es soltera y que si está buena, le dijo que sí pero que es mucho para ellos..... jajajajajaja....... que mejor la dejen quietica allá en Caracas. Me recomiendan que tenga cuidado con las portuguesas que son muito quentes, respondo eu vou ver.... jajajajaja...... Al final, con la amabilidad y la ligereza jocosa de los latinos me permiten el paso a su país y me dan un fuerte apretón de manos deseándome lo mejor. Qué chimba!!!!!!!