Se llega mi primer diciembre en tierras europeas y los contrastes son muchos, obviamente. Locombia es un país tropical, que según algunos “especialistas” es el país con la gente más feliz del mundo, pero también con uno de los conflictos armados más viejos no sólo del continente sino del planeta, y que por ser tropical nos convierte en más fiesteros y expresivos aunque con debidas excepciones regionales consecuencia de de nuestra encabritada geografía. El inicio de noviembre trae consigo el jolgorio navideño, desde ya la música de temporada: Joselito, Pastor López, el loco Quintero y demás que por ahora olvido; invaden cada rincón, centro comercial, autobus, buseta, iglesia y condominio. Las ciudades se visten de luz, las principales figuras navideñas se cuelgan de cualquier ventana, los venados, papás noel y demás controlan el tráfico, las vírgen marías con sus “niño dios” convidan a comprar y a ser alegres así no se tenga dinero en el bolsillo; en las tiendas comienzan a sonar los temas más sonados de fin de año y aunque los borrachos sean los mismos de siempre, en ésta época se les ve más felices, lo malo es que llegan unos esperpentos musicales como Dangond y demás que se apoderan de los gustos del tendero y duran eternidades martillando entre los altoparlantes.
Aquí es bien diferente. Aunque hay imágenes luminosas adornando centros comerciales y avenidas, el ambiente es frío. Aún no conozco la música popular portuguesa durante ésta época del año, aunque tal vez deba esperar a que diciembre se aproxime con todo el peso de sus treinta y un días y ésta textura de frialdad sólo sea un espejismo labrado por la celeridad comercial durante más de treinta años. Lo único que por ahora puedo decir es que la primera impresión que da Porto en éste momento es la de un mes cualquiera bajo temperaturas frías (bueno, frías para mí) que oscilan entre los diez y los quince grados, con aguaceros esporádicos e imprevistos, tímidas salidas de sol también esporádicas y pasadas por lluvia, vientos ocasionales con alientos gélidos y sibilantes. Nada festivo, todo igual, natal (como se dice navidad en portugués) pareciera llegar gracias a los adornos esporádicos de las vitrinas y los centros comerciales. Aunque hablando con algunas compañeras portuguesas oriundas de otras ciudades y pueblos lejanos y cercanos a Porto coinciden en que ésta ciudad es fría hasta en verano, haciendo referencia a la falta de ambiente fiestero propio de sus ciudades de origen.
Algo curioso: cada habitación tiene su propia calefacción, un dispositivo de hierro pintando en blanco de control centralizado, por tanto inaccesible a nosotros, lo único que podemos graduar es la temperatura de mínimo calor a máximo calor en una escala del asterisco al cinco (* - 5) sobre el cual apoyo la gorra chavista adquirida impunemente en el Aeropuerto Simón Bolívar de la ciudad de Caracas (ingratos recuerdos), durante el día es puesta en funcionamiento pero durante la noche y toda la madrugada está fuera de servicio, justo las horas donde el frío congela hasta la mala conciencia.